No importaba si en realidad hacía frío o calor, si llovía o nevaba, él siempre se sentaba en la misma silla detrás del cristal del inmenso ventanal que había en la sala principal de su casa. Pasaba horas en ese lugar, muchos podrían asegurar que pasó días en la misma posición. Sentado en esa silla, miraba el horizonte y sólo recordaba aquello que había dejado escapar.
Sus sienes pintaban canas, su rostro aún estaba despejado de arrugas profundas pero sus años se notaban en su mirada.
De vez en cuando se levantaba y se servía la copa del mejor vino que hubiese en su bodega y volvía a su lugar. Ya había perdido la cuenta de la cantidad de años que llevaba realizando el mismo ritual, pero no había perdido el motivo, eso lo tenía presente cada uno de sus días. Si sólo pudiese volver el tiempo atrás… Si la vida le permitiera sólo por una vez volver a empezar.
Tenía todo aquello que había soñado y por lo que tanto había trabajado. O casi todo… . A ella no la tenía y era ese su mayor vacío; y también su mayor responsabilidad.
El dolor lo dejaba perplejo, sin movilidad, sin reflejos. De vez en cuando se permitía soltar algunas lágrimas, pero sólo algunas. Su mente le decía que no tenía derecho ni siquiera a llorar a esa mujer que marcó su vida para siempre.
Una copa de vino podía durarle horas eternas porque eternos eran los momentos en que se sentaba a añorar lo que pudo ser y no fue.
A veces pensaba que estaba loco y que todo era producto de su alucinación, que se iba a despertar y se vería joven, abrazado a ese cuerpo que tantas noches de verano lo encendió. Pero cuando miraba a su alrededor, la realidad le daba el más duro de los golpes y ahí se encontraba, solo, sin la juventud, sin ese cuerpo y sin esa mujer.
No le hacía falta mucho esfuerzo para poder recordarla. Tenía la sonrisa más hermosa que vió. Sabía como hacerlo sentir un rey pero también como darle el mejor de los retos sin enojarse siquiera. A su lado todo era fácil. Con su mirada le mostraba su alma cada vez que él quisiera. Que lindo era mirarla! Se podían tocar durante horas y de esa forma descubrirse sin vergüenza, como si fuesen dos niños. Podían conjugar la pasión y la ternura; si alguien pudiese haberlos espiado envidiaría la conexión que había entre esos dos seres. Eran ellos solos en el mundo, no había nadie más, el tiempo se detenía si ambos así lo querían y podían pasar toda una noche intercambiando carcajadas con besos, caricias y el sexo más instintivo que tuvieron los dos en toda su vida. Si bien eran jóvenes todavía, ya no eran dos chicos y disfrutaban el haberse vuelto adolescentes por unas horas cada vez que estaban juntos.
Ella solía acariciarle el pelo mientras él dormitaba sobre su pecho al tiempo que recuperaba fuerzas para un nuevo embate. Se olían todo el tiempo, les fascinaba el aroma del cuerpo del otro. Entre esas cuatro paredes se levantaba el templo del amor más puro que la historia pudo haber encontrado.
No pasaba un momento en donde él no se preguntara cómo fue capaz de dejar pasar de una manera tan idiota su propia felicidad, su dicha absoluta, cómo pudo perder la única forma de sentirse pleno. Nunca intentó nada, jamás había sido capaz de asumir lo que le pasaba y ese fue el principio del fin. Ahí comenzó a dejarla ir. Se dio por vencido antes de empezar la batalla. Su juventud lo hizo creer eterno y ahora, cuando la vida le pasaba factura, se asumia responsable de su absoluta infelicidad.
Ella se había cansado de esperar algún gesto de ese hombre que le quitaba el aliento y sin proponérselo fue trazando su camino por otro lado. Nada la hubiese hecho más feliz que el poder envejecer a su lado; pero él no le dio chance. Fue categóricamente cobarde y ella no estaba dispuesta a luchar por alguien que no tenía el valor suficiente como para merecerla. Era una mujer con mayúsculas, esas de las que se encuentran poco y estaba decidida por primera vez en su vida a hacerse valer como tal.
Nunca perdieron el contacto del todo, los dos estaban al tanto de que le ocurría al otro. Ella siempre sonreía cuando alguien le contaba de él, tenía la tranquilidad de haber intentado todo y eso le daba paz. En cambio cuando él sabía de ella millones de dagas le atravesaban el corazón de un lado al otro, sentía un vacío en el estómago, le aumentaba la respiración y el mundo dejaba de tener verdadero sentido, se paralizaba. Se odiaba con toda la fuerza de su propia existencia.
Nunca nadie entendió muy bien como fueron las cosas, creo que ni ellos mismos pudieron algunas vez explicarlo; sólo se esfumó en el tiempo, dejó de ser. En un primer momento ella se sintió traicionada, él en cambio no se dio cuenta. Tardó un tiempo hasta descubrir realmente todo lo que esa mujer significaba, claro que cuando lo descubrió en primera instancia no hizo nada y cuando quiso hacer algo ya era tarde.
Intentó reconstruir en su mente cada uno de los momentos y sensaciones y a medida que pasaba el tiempo eran más los detalles que encontraba. De haber prestado atención a lo que le pasaba con cada gesto de ella se hubiese dado cuenta que estaba perdido y enamorado. Su peor error fue creer que el mañana era eterno, que lo iba a esperar toda la vida, que en cualquier momento se volverían a cruzar como lo hicieron una vez. Pero no fue así, prefirió refugiarse en su mundo superficial y ella decidió vivir su vida como siempre quiso, arriesgando todo a cada instante, porque para ella vivir era importante.
Durante un tiempo mató su soledad con mujeres que sólo le entregaban su cuerpo, con las que no se conectaba profundamente desde ningún lugar. Ninguna era igual a ella, ni siquiera podían imitarla, eran maniquíes de plástico, cuerpos sin alma, y si tenían alma a él no le interesaba. Le endulzaban el oído y lo hacían sentir un playboy, eran tan diferentes a la mujer que había dejado ir que de a poco fue despertando de el sueño en el que vivía y su vida se convirtió en pesadilla. Cuando calmo a su cuerpo se le agitó el alma y reaccionó; la extrañó con furia e intentó buscarla. Volvió a sus lugares, recorrió caminos y calles. Ella no aparecía. Indagó a amigos y murió en vida… ya era tarde… ella era feliz sin él.
Intentó creer que no le importaba y que lo superaría, pero no pudo, el dolor le quebró el alma en mil pedazos. Enfermó de tristeza, conoció el rostro lúgubre de la soledad y se odió.
Si alguna vez se había sentido un cobarde, ahora era peor. Asumió su fracaso y se encargó de maltratarse cada vez que podía. Quienes solían verlo podían asegurar que el tipo buscaba morir e intentaba todo para hacerlo. Claro que no tenía tanta suerte. De haber muerto como el pretendía, su dolor e impotencia se habrían terminado con él. Pero ese era justamente su castigo, tener que convivir con la cara visible de su estupidez.
Trataba de no salir mucho, temía cruzarla y comprobar que eran reales todos sus miedos. No contestaba llamadas para no tener que acudir a ningún evento. A medida que el tiempo pasaba menos se sabía de él. Sólo algunos vecinos de vez en cuando podían observarlo sentado en su silla mirando la vida tras el ventanal día tras día.
Todos se preocuparon y ella también. Los amigos intentaron acercarse pero él cada vez se encerraba más. Ahora tampoco contestaba cuando llamaban a su puerta. Se volvió un ermitaño, un ser oscuro. Aquellos que lo conocieron en profundidad afirmaban que solía ser el más divertido de los seres, con una vida social muy activa, tenía muchisimos amigos y siempre había algun plan para llevar a cabo. Era tan diferente al hombre que ahora encontraban que costaba creer que fuera la misma persona. Su familia ya estaba resignada y decidió llevar a cabo el último intento para recuperlo.
Fue así como la llamaron, le pidieron que hiciera algo, sabían que no tenían ningun derecho pero también sabian que en el fondo a ella todavía le quedaba el recuerdo de ese amor que no pudo ser. Sus ojos se humedecieron y se compadeció de esa mujer mayor que intercedía por su hijo como si fuera un niño aún. Lloro en soledad, lloro mucho. Tenía dolor e impotencia. Tenía bronca. Volver el tiempo atrás era imposible, y era imposible escribir la historia de nuevo. Había amado tanto a ese hombre y al mismo tiempo lo había odiado tanto. La vida no había sido justa con él porque él no había sido justo con ellos dos. Los había condenado a estar separados.
Meditó mucho antes de tomar una decisión y por fin se paró frente a su puerta. Le temblaba el cuerpo entero, de golpe había retrocedido 20 años de su vida, estaba tan nerviosa como cuando era joven. Golpeó pero él no contestó. Volvió hacerlo un par de veces más hasta que la puerta se abrió. Por un instante el silencio ganó espacio y se adueñó del lugar. No hizo falta palabra alguna, se abrazaron fuerte, como antes, como si el tiempo no hubiese pasado. Lloraron y volvieron a confundirse en un abrazo. La ansiedad y el recuerdo ganaron terreno y no pudieron evitar besarse hasta sangrar. Y entre beso y beso reapareció el instinto y volvieron a ser jóvenes y se amaron. No hubo reclamos ni reproches. Ella volvió a acariciarle la cabeza con la misma ternura y él volvió a recostarse en su pecho.
Siempre que lo leo me queda la sensación del después de ese último encuentro, todavía no lo sé a ciencia cierta, pero estoy segura que cuando sepa que paso con ellos, un nuevo cuento relatará su historia
te felicito, si este fue el primer cuento que escribiste, no podés dejar de hacerlo y sobre todo compartirlo con todos nosotros.
ResponderEliminarMe encantó la historia.
Muy bueno!!! me encantó!
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